El hidrógeno ha llegado y lo ha hecho para quedarse. Este elemento tan simple y el más ligero que existe está destinado a resolver un grave problema mundial que puede ser la solución al efecto invernadero causado por los miles de toneladas que enviamos a la atmósfera.
Este elemento que Cavendish descubrió hace ya más de dos siglos, en 1766, fue posteriormente bautizado por Lavoisier como hidrógeno (productor de agua). Aunque no se encuentra en estado libre más que en pequeña cantidad, la tecnología ha permitido disponer de él de manera abundante desde hace tiempo. Tiene dos hermanos (isótopos), el deuterio H2 y el tritio H3, aunque ambos en muy pequeño porcentaje pero de una gran utilidad en la investigación química y biológica. También en medicina.
Del hidrógeno podríamos estar hablando durante horas, pero lo que queremos señalar en este artículo es que puede representar una gran oportunidad para los materiales compuestos o composites.
Si elegimos la “vías verdes” para producir hidrógeno, deberemos partir de la producida por la energía eólica, la termosolar, la fotosolar y la biomasa para producir la electricidad necesaria para obtenerlo. De todas ellas vamos a elegir la energía eólica, que es la que se produce gracias a la participación masiva de los materiales compuestos en la fabricación de las palas.
Tenemos que destacar que esto viene ocurriendo desde hace más de 40 años cuando se eligieron los materiales compuestos por sus excelentes cualidades frente a su bajo peso, si lo comparamos con los metales.
Ligereza, robustez, resistencia a la elongación, tracción, compresión y a la intemperie, facilidad de reparación, etc. son algunas de las cualidades que en su día decidieron que el mercado se decantara por estos materiales. También ha influido la singularidad que ofrecen los composites al poder orientar las fibras de refuerzo según la solicitud requerida.
Ahora se nos presenta una nueva oportunidad para dar valor a la cadena. La utilización de los materiales compuestos en el embalaje y transporte del hidrógeno.
Nuestro país dispone de una fuerza importante en fabricación de materiales compuestos, como lo demuestra su amplia utilización en la fabricación de palas eólicas de longitudes que ya exceden de los 100 m, el transporte, donde se utilizan en la fabricación de diversas partes del camión y la cisterna, depósitos de productos químicos y de productos considerados como peligrosos, trenes en general y, elevándose varios niveles, sin ninguna duda la aviónica, en la que los composites se utilizan para producir el “state of the art”.
Hoy día, gracias a ellos los aviones son mucho más grandes y ligeros.
En 1898 Dewar licuó el hidrógeno enfriándole por medio de aire líquido y seguidamente lo comprimió. Gracias a ello, el hidrógeno se puede utilizar y transportar en botellas a presión. Es aquí donde los composites deberían de jugar un papel importante dentro de la cadena de valor de la que hablábamos al principio.
Hoy día ya se utilizan recipientes para transportar el butano y el propano entre otros gases licuados. Y del mismo modo se podría hacer con los composites. Para ello necesitaremos unos fabricantes preparados, con personal muy bien formado, y utilizando las resinas y refuerzos adecuados. Es decir, calidad de la empresa, calidad y formación de sus operarios, calidad de las materias primas utilizadas...
Si además contamos con un Control de Calidad y laboratorios que certifiquen la idoneidad de la fabricación y los materiales empleados, estaremos en la línea adecuada para conseguir que el hidrógeno se utilice masivamente en el transporte y sea almacenado en recipientes fabricados en composites que se puedan utilizar en coches, autobuses, camiones, tranvías e incluso en trenes, como ya está sucediendo.
Es un reto que la industria española de los composites debería abordar sin dilación.
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